Dos segundos de cielo

El día de mi muerte lucía un sol radiante. Un día magnífico. Ni una nube y un cielo azul intenso, de los que casi duele mirar. La vista desde aquí arriba era bella, impresionante. La torre de la Catedral a mi lado, muy cerca. Al fondo, el puerto. Abajo un enjambre de calles bulliciosas de gente y de coches. En la terraza de un hotel cercano una pareja tomaba el sol al lado de la piscina, leyendo un libro.

La última vez que la vi estaba ya subida en el coche. Bajó la ventanilla y me llamó.

– Dime preciosa ¿Qué quieres? – Dije, asomándome a la puerta de la calle.
– Nada. Quédate ahí. Déjame verte.
– ¿Ya?- Sonreí.
– Sí, son mis dos segundos de cielo.

Después subió la ventanilla, dio marcha atrás hasta salir a la calle principal y desapareció para siempre. De Tráfico me llamaron a la hora de comer, no voy a dar los detalles de algo que sucede todos los días. Las cosas pasan, casi siempre a otros y a veces a ti, simplemente.

Un barco crucero enorme se acercaba lentamente al puerto. Pensé que cuando llegara a atracar yo ya no existiría, y eso no me produjo alegría ni tristeza, ya estaba emocionalmente muerto desde mucho antes. El aire era limpio y fresco. La brisa en la cara me recordaba que aún seguía vivo. Pensé en ella, alejándose sonriendo a través del parabrisas. Di un paso y salté, así de sencillo.

Fue rápido y letal, apenas sufrí. Unos dos segundos de cielo y veinte metros de caída.

FABULA DE LA RANA LISTA

Un mal día, estas cosas nunca pasan en días buenos, una bebita ranita que alegre y pizpireta remoloneaba por sus charquitos preferidos, acabó hecha un sello de correos en la pezuña de una vaca enorme. Las otras ranitas que la acompañaban salieron saltando despavoridas y, azarosamente, se cruzaron con la rana más lista del abrevadero.

– ¿Qué pasa? – pregunto la lista Blaug-rana, que era del barsa.

– ¡Una vaca!, ¡Una vaca enorme acaba de pisar a nuestra amiga Pipi-rana! – Exclamó Sobe-rana, la jefecilla del grupo.

– ¿Como era de grande?, ¿Así? – Dijo mientras tomaba aliento y se hinchaba como un globo.

– ¡Nooooo!, ¡Más grande! – croó Almo-rana, la más picajosa del grupito.

– ¿Más?, ¿Así? – Repitió tomando aire e inflándose más aún.

– ¡Noooooooooo!, ¡Mucho más grande! – Chilló Ma-rana, la más libertina de las ranitas.

– ¿Mucho más?, ¿Así? – Dijo, tomando muchísimo aire e hinchándose hasta ponerse morada.

Cuando la pequeña Ja-rana, la más marchosa de todas, iba a decir que mucho más grande, se oyó una gran explosión y nuestra rana lista estalló por los aires.

– ¡Oooooooh!, ¡Vaya! – exclamaron las pobres lagarte-ranas (eran todas de Toledo) ante el segundo susto de la mañana – ¿Por qué habrá creído la rana lista que podía llegar al tamaño de una vaca?

1 – 0

Siempre hago el mismo camino para ir al trabajo, pero recuerdo que aquel día torcí una bocacalle antes de la habitual, y me llegué al bar de Manolo para sacar tabaco de la máquina. En la puerta del bar, con un botellín de cerveza en la mano, la espalda y el pie apoyados en la pared, estaba Gerardo.

Hacía mucho tiempo que no veía a Gerardo, fuimos compañeros del colegio. Mal estudiante y algo bala perdida, se le adivinaba el porvenir desde muy pronto. Dejó preñada a la novia, con la que se casó y a la que abandonó al poco tiempo, pasando por completo de ella y de su hija. Un tipo sin oficio ni beneficio, que malvivía de trabajos temporales y de darle la murga a una hermana mayor, viuda, que vivía en un pueblo cercano.

– “¿Hombre tío, que pasa, cuanto tiempo eh?” – Dijo, alargando mucho la “eh”, y aunque me reconoció evitó mi nombre, posiblemente ni se acordaba. Me sentía incómodo por tener que hablar con alguien a quien no tenía nada que decir.

– “Hola Gerardo, me alegro de verte, ¿como te va?”

– “Bien tío, bien. Tirando.”

– “Joder, estás hecho todo un machote, tan temprano y ya de cervecitas”- Dije, por decir algo.

– “Si” – Dijo riéndose- “Es que estoy jugando un ratito, me gusta jugar un ratito por las mañanas.”

– “¿Jugando?, ¿Has estado jugando a las máquinas?”

– “No tío, eso cuesta dinero, yo me salgo aquí a la calle y juego un ratito a la mujeres follables.”

– “¿Cómo?, ¿Has dicho mujeres follables?”

– “Sí, tío” – Rió nuevamente – “¿Esta chulo eh?. Tu te pones aquí, y esperas a que pasen las tías. Todas no valen. Las niñas, las viejas, las subnormales, las lisiadas…en fin, ya sabes, esas no. Solo cuentan las tías normales. Entonces la miras bien y si piensas: “Joder yo a esta me la follaba”, pues el marcador se pone uno a cero, las follables juegan en casa” – se reía continuamente explicándome su juego – “Que luego pasa otra muy fea o con un cuerpo de mierda, pues uno a uno. Es muy divertido tío.”

– “Coño Gerardo, tu te diviertes con unas cosas…”

– “¿A que si? Y luego cuando ya te hartas pues revisas el marcador a ver quien ha ganado, si las follables o las otras. Es como el fútbol pero con tías.”

Dejó de hablar un momento mientras miraba para otro lado y de repente exclamó:

– “¡Mira aquella que va por ahí!, Joder que tía. ¡Uno a cero!”

– “Gerardo, ¿No sabes quien esa joven? Creo que es tu hija, tío.”- Mentí, yo tampoco sabía quien era, simplemente se parecía, pero reconozco que a veces soy bastante cabrón.

– Joder, pues si que ha crecido la hija puta.

Se quedó mirándome fijamente, aunque probablemente ya no me veía. Estuvimos un buen rato en silencio, hasta que se terminó la cerveza de un trago. Entonces nos dijimos adiós y se metió en el bar. Cuando llegué a la oficina pensé que la recepcionista era un “uno a cero”. No he vuelto a verlo desde entonces.

Australia

Australia, yo quiero ir a Australia, yo quiero ir a Australia, ahora mismo, a Australia.
Porque está muy lejos, realmente lejos, Australia. Porque todas las cosas venenosas,
peligrosas, picajosas están allí, en Australia. El outback, que es como llaman los de
Australia a su imponente desierto, que es todo el continente menos la costa, está
plagado de matas pinchantes e infecciosas. Las medusas cofre, el bicho más venenoso
del mundo, comparte playa con los bañistas en Australia. Y Sidney, y Canberra y
Melbourne y Perth y Brisbane y Darwin, todas llenas de parques y jardines y gente
maravillosa y simpática y cervecera. Yo quiero ir a Australia. Y coger el tren que
recorre todo el sur, y visitar la gran barrera de arrecifes, que llega hasta el cabo York, y
que es el organismo vivo más grande de la Tierra. Australia, donde su Presidente va a
darse un bañito y lo arrastra una corriente marina y no lo vuelven a ver más. Australia,
tan grande y tan imponente que pasan a su lado y no la ven y descubren la puta
Tasmania antes, hay que ser miope. Quiero ir, quiero ir, quiero ir a Australia. Donde se
mueren de dengue varias docenas de personas y sale como noticia en la contraportada
de los periódicos; donde se encuentran los organismos vivos más antiguos de la Tierra,
esas chimeneas submarinas que hicieron posible que el planeta se llenara de oxigeno,
burbuja a burbuja, durante millones de años, y vas allí y las ves, en Australia. La isla
más extensa, Australia. El Uluru, ese impresionante monolito con propiedades mágicas
para sus aborígenes, a los que pertenece. Australia, única, el 80% de su flora y su fauna
no existe en ningún sitio más que en Australia. Enorme y vacía, con sus 20 millones de
habitantes poblando un territorio hostil y lleno de vida. Australia, con sus ciudades
limpias, sus políticos malhablados, su café caliente y su cerveza helada al borde de la
playa, donde los conos de la arena te quitan la vida si los tocas. Yo quiero ir a Australia,
yo quiero ir a Australia, yo quiero ir a Australia, varias veces, a Australia, sí.

MAPA DE AUSENCIAS

Creemos que elegimos nuestros itinerarios para ir al trabajo, o a las casas de amigos y
familiares, siguiendo un simple recorrido lógico de calles o de autobuses. Pero no es así.
Solo hace falta que te desvíes un día de ese camino, bien porque acompañas a un amigo
o porque vas a sacar tabaco, para darte cuenta de que la verdadera razón que late bajo la
apariencia del camino más corto son las ausencias.

Pasarás delante de esa casa que tan mal recuerdo te trae, o de la tienda donde juraste
nunca más entrar; te toparás de frente con tu ex pareja, o con su madre; o con el
conocido cuyo nombre no recuerdas y no sabes si pararte o no, y harás un movimiento
impreciso y estúpido delante de él, sin acertar; o te detendrás delante del bar donde
fuiste cruel con alguien que antes te quería. Volverás a oler alcantarillas ya olvidadas, y
tal vez aromas de flores o de comidas que te transportan a otra época y que, tras una
leve alegría de años frescos, te dan un pellizco incómodo en el alma. Mirarás de soslayo
una esquina donde hiciste una promesa rota y más adelante, quizás, otra donde el
traicionado fuiste tú.

Y entonces comprendes porqué no pasas nunca por ahí, porqué evitas esas aceras y
porqué protegiste tu camino con la seguridad de todas sus ausencias, andando por calles ausentes de barrios ausentes; y cuando llegas a tu casa y te tumbas en el sofá y pones la tele, te quedas como el rumbo que íntima y secretamente elegiste, ausente.